He estado viendo esta casa a menudo durante mucho tiempo, a causa de su localización: desde la calle puede verse cómo se alza imponente, al fondo de una gran finca cubierta por matorrales y plantas salvajes, acechando. Hace mucho tiempo que nadie se ocupa de ella. Su interior es buena muestra de ello, cubierto todo de escombros y pintadas. Pese a esto nunca me he encontrado con nadie y, es más, quienes han ido conmigo han deseado salir a toda prisa del lugar -motivo por el que no he podido terminar la sesión fotográfica, aunque en una primera visita sí pude ver gran parte de la casa-. He recibido la prohibición por mi propia seguridad de no acudir de nuevo con personas de carácter débil, fácilmente sugestionables e imanes de energías negativas, y especialmente de acudir sola. Si hay algo de cierto en todo esto es que la casa guarda entre sus paredes hórridos fantasmas de oscuros recuerdos. Todos aquellos que han acudido conmigo aseguran sentir una mirada gélida clavada en la nuca, amenazadora, como un témpano de hielo; oyen voces ininteligibles, susurros maquiavélicos, ven sombras injustificadas, figuras humanas de otros tiempos donde no es posible que haya nadie. El por qué a mí tan sólo me causa un cosquilleo de intranquilidad, lo desconozco.
En esta casa, situada en una enorme finca de la sierra, se daba hogar (auxilio social) a los niños que quedaron huérfanos tras la guerra civil española. Puede sentirse aún, después de tanto tiempo, la presencia pasada de unos niños corriendo por sus pasillos y jugando por sus jardines, aunque hay algo que hace pensar que su estancia en tan extraño lugar no fue precisamente agradable...
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